lunes, 30 de noviembre de 2015

Así piensa el hombre detrás de lo que todos hablamos, Instagram.

 

Concord, Massachusetts (EE UU), un pequeño pueblo a las afueras de Boston, es famoso desde el 19 de abril de 1775: unas tropas británicas se encontraron allí con un ejército de colonos americanos dispuestos a conseguir la independencia a golpes, y el encontronazo que surgió de ahí marcó el comienzo de la Guerra de Independencia. La gran revolución americana. Dos siglos después, Concord, Massachusetts, también sería la tierra en la que Kevin Systrom, un estudiante del Instituto Middlesex ducho en informática, se enamoraría de la fotografía.

Estaba de vacaciones en México y ojalá hubiera sabido que era la primera foto porque me hubiera esmerado más. Era mi perro, el pie de mi novia con una chancla, y ya"


“No era buen fotógrafo, pero me apasionaba el componente químico del proceso. Retratar imágenes era para mí una combinación muy exacta de arte y ciencia: había que estar en el momento correcto, pero también usar los productos químicos correctos. Entonces todavía había que meterse en un cuarto oscuro para revelar los negativos, ¿te acuerdas?”, cuenta ahora Systrom, en la primera entrevista que concede a un medio español. Tiene 31 años, una empresa con 400 millones de clientes en todo el mundo y media docena de asistentes alrededor que asienten al oír la pregunta retórica. “Pues ahí me encontrabas todo el rato. Cuando todo se encaminó hacia lo digital, me pasaba el día en Photoshop. Así también podía modificar la foto una vez sacada. En realidad, Instagram no es más que eso. Pero automatizado con logaritmos preprogramados”.
Instagram es mucho más que eso, obviamente. Es una de las redes sociales más utilizadas del mundo: en septiembre anunció que había alcanzado los 400 millones de usuarios, la cuarta más concurrida del mundo. También es una de las empresas más rentables de Silicon Valley de las pocas que se ha permitido ser rentable con la publicidad que empezó a insertar entre su contenido a finales de septiembre. Como marca, es la institución de referencia en la década del selfi, y su estética de filtros y encuadres forzados se ha convertido en la de todo el mundo (The New York Times ha hecho portadas sólo con sus fotos). Pero su éxito más revolucionario es que ha logrado que todos juguemos con las imágenes como Systrom hacía en Concord. Así, Instagram ha hecho de la fotografía casera –la captura de detalles que encapsulan un paisaje, la congelación de momentos que resumen días enteros– la verdadera jerga del siglo XXI. “Antes, la fotografía se trataba más como una forma de arte, ahora la gente la utiliza para expresar eficazmente lo que les está pasando”, razona.

 

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